De Toronto a Niagara Falls

El viaje desde Toronto, la capital económica de Canadá, hasta las imponentes cataratas bordea la orilla occidental del lago Ontario y descubre dos de las regiones vinícolas más prestigiosas del país.

Niágara es un nombre demasiado dulce para el estruendo que producen las mayores cataratas de Norteamérica: una explosión en la que se vierten 2.800 metros cúbicos de agua ¡por segundo!

El origen de tal espectáculo natural hay que buscarlo unos kilómetros al norte, en el lago Ontario. El menor de los cinco Grandes Lagos de Norteamérica - 1.146 km de costa - ejerce de frontera natural entre Estados Unidos y Canadá. Algunos de los atractivos más interesantes de la región se concentran en su orilla occidental, la canadiense, empezando por la ciudad de Toronto, la capital cultural y económica de la Canadá anglosajona. En 1720 los franceses, tras numerosas disputas con los amerindios, establecieron un puesto de comercio de pieles en la zona. Pero la hegemonía francesa duraría poco, ya que los británicos conquistaron la región en 1793 y fundaron aquí su capital a `principios del siglo XIX con el nombre de York.

Para conocer el lugar donde todo empezó hay que acercarse hasta Old Town que, a pesar de haber cambiado mucho en los últimos 220 años, es el barrio con los edificios más antiguos. Uno de los puntos de referencia es el Distilley District, un viejo suburbio industrial hoy reconvertido en el epicentro artístico y bohemio de Toronto. En el siglo XIX aquí se levantaba la fábrica de licores Gooderham and Worts, que por entonces presumía de ser la mayor del Imperio británico. Hoy sus clásicos edificios de ladrillo albergan más de 70 locales convertidos en galerías de arte, tiendas de diseño y restaurantes de autor. El legado victoriano del barrio también puede verse en Saint Lawrence Hall y Saint Lawrence South Market, éste último dedicado a la venta de productos frescos desde hace más de doscientos años.

En el centro de Toronto se levantan el Toronto City Hall, el vanguardista ayuntamiento concebido por el arquitecto finlandés Viljo Revell; y el Old City Hall, que luce unos torreones y unas gárgolas muy propias de la moda constructiva de 1899. Pero la mejor visita sin duda se consigue desde la CN Tower y su mirador de pavimento de cristal, que permite caminar "sobre el vacío" a 342 metros del suelo. A pesar de que se construyó como torre de radio y comunicaciones, la CN Tower se ha acabado convirtiendo en el emblema de la ciudad y aparece en sus postales y souvenirs.

Si localizamos la orilla sur del lago Ontario en un mapamundi veremos que se encuentra a la misma latitud que Burdeos, un hecho que los viticultores locales suelen publicitar para darle más prestigio a sus caldos. En cualquier caso, unos suelos ricos en minerales y un clima moderado han tapizado esta zona de viñas de uva riesling, cabernet y merlot. Podemos acercarnos hasta la península del Niñagara, donde se encuentran dos de las regiones vitivinícolas más conocidas: Twenty Valley-Niágara Escarpment y Niágara-on-the-Lake.

El área de Twnety Valley alrededor de la localidad de Lincoln, cuenta con numerosas rutas del vino agradables de recorre en coche, en bicicleta o a caballo. Existen hasta cuarenta bodegas familiares en esta región y todas ellas ofrecen catar y comprar unos caldos que resultan casi imposibles de conseguir en Europa. En la zona también se cultiva cebada y árboles frutales que abastecen a varias cervecerías artesanas y destilerías de licores. Antes o después de degustar las bebidas, es muy recomendable dar un paseo por el escarpamiento del Niágara, un interesante enclave natural declarado Reserva de la Biosfera por su gran valor geológico y faunístico.

La siguiente región vinícola que aparece en nuestra ruta rumbo a las cataratas toma el nombre de la bucólica Niagara-on-the-Lake, una de las localidades del siglo XIX mejor preservadas del país. La zona cuenta con 26 bodegas, que pueden visitarse por libre o como parte de una ruta organizada. En un extremo de la población, frente al histórico Fort George, empieza la famosa ruta senderista Niagara River Recreation Trail, que a lo largo de 53 kilómetros bordea la orilla canadiense del río Niágara hasta alcanzar la ciudad de Niagara Falls Ontario.

Niagara-on-the-Lake, "The Prettiest Town in Canada", según los folletos turísticos, es efectivamente uno de los pueblos del siglo XIX más bonitos y mejor preservados de Norteamérica. Fue la primera capital de la colonia británica antes de que esta se trasladara a York, la actual Toronto, en 1812. Edificios de color pastel, frondosos jardines, parterres y cafés con encanto flanquean Queen Street, la arteria principal. Aquí se halla la Niagara Apothecary, una farmacia antigua reconvertida en museo en 1964. Otro enclave histórico de la localidad es Fort George, escenario de la guerra de 1812 por el control de una región que finalmente quedaría en manos del imperio británico. Se conservan los cuarteles de los oficiales, varios almacenes, la cocina y un polvorín; además se llevan a cabo recreaciones históricas y conciertos de la Banda de Música del Regimiento 41.

El suave clima del sur de la provincia de Ontario no solo propicia el cultivo del viñedo, sino también los parques y jardines urbanos, que durante los meses de floración atraen a un gran número de aficionados a la botánica. Entre los más espectaculares se localizan los coloristas Botanical Gardens, situados en Niagara Falls Ontario, una ciudad que creció en la orilla canadiense del río.

Las 40 hectáreas de los Botanical Gardens están estructuradas en varios jardines. Destaca el Rose Garden, con más de 2.400 rosales, y el Mariposario, perteneciente al Niagara Park Butterfly Conservatory. Estos jardines botánicos forman parte del Niagara Garden Trail, que incluye otros espacios verdes de la ciudad, como el Queen Victoria Park, el Oakes Garden Theatre y el Floral Clock, un reloj cuyo mecanismo de 1950 se rediseña y tapiza dos veces al año utilizando para ello 16.000 plantas de temporada.

En el mundo hay cascadas más altas, pero pocas que precipiten semejante caudal: 2.800 metros cúbicos por segundo, cayendo a 65 km/hora. A principios del siglo XIX las cataratas del Niagara situaron la provincia de Ontario en los mapas del turismo mundial y, en 1848, se construía el primer puente-observatorio para peatones. En la actualidad este sobrecogedor salto de agua recibe 12 millones de turistas al año, cifra que lo sitúa entre las atracciones más visitadas del planeta. Su éxito fue el origen de las dos ciudades que se erigen a cada lado de la frontera: Niagara Falls Ontario (Canadá) y Niagara Falls (Estados Unidos). El imponente Rainbow Bridge, de 442 metros, las mantiene unidas desde el año 1940.

La vertiente canadiense es la que ofrece las vistas más espectaculares y por ese motivo han proliferado en ella multitud de actividades que tienen las cascadas como protagonistas. Entre las más plácidas destaca el White Water Walk, un sendero boscoso que discurre junto al río y que permite ver rápidos de nivel 6, considerados extremadamente difíciles o no navegables.

Otro clásico es el Journey Behind the Falls, unos túneles que recorren la parte trasera de las cascadas y que se asoman a la cortina de agua, mientras una nube de vapor y gotas empapa al público. El enclave salto a la fama en 1953 con la película "Niágara". La escena de Marilyn Monroe con chubasquero amarillo besando a su amante hizo que miles de estadounidenses quisieran cruzar la frontera para contemplar el lugar donde se rodó el beso.

Las atracciones no acaban aquí. El Niagara's Fury recrea el origen geológico del salto exponiendo a los visitantes a una pantalla y a una lluvia real. El Whirpool Aero Car, un teleférico diseñado en 1916 por el español Leonardo Torres Quevedo, cruza un remolino de miedo. Y el NIagara Falls Illumination maravilla con sus efectos de luz y color.

Navegar en el "Maid of the Mist", en funcionamiento desde 1846, es la experiencia más emblemática. Éste barco, que parece una cascara de nuez al lado de la colosal cortina de agua, se acerca hasta el mismísimo límite inferior de las cascadas. El remojón entra en el precio del viaje y, por suerte, el chubasquero también.